martes, 28 de abril de 2015

RAFAEL ARGULLOL: MIRAR SIN VER

Ahora que vamos a reflexionar sobre la cultura y el hombre, sería interesante que os pararáis a pensar en las palabras de este texto de Rafael Argullol, filósofo español, que se incluye en el artículo "Vida sin cultura", publicado en El País el pasado 6 de marzo de 2015 (http://elpais.com/elpais/2015/03/02/opinion/1425310111_943827.html):

...el hombre actual, reacio al valor de la palabra, confía su conocimiento al poder de la imagen. Esto es indudable, pero, ¿cuál es la calidad de su mirada? ¿Mira auténticamente? A este respecto, puede hacerse un experimento interesante en los museos a los que se accede con móviles y cámaras fotográficas, que son casi todos por la presión del denominado turismo cultural.
Les propongo tres ejemplos de obras maestras sometidas al asedio de dicho turismo: La Gioconda en el Museo del Louvre, El nacimiento de Venus en los Uffizi y La Pietà en la Basílica de San Pedro. No intenten acercarse a las obras con detenimiento porque eso es imposible; apóstense, más bien, a un lado y miren a los que tendrían que mirar. La conclusión es fácil: en su mayoría no miran porque únicamente tienen tiempo de observar, unos segundos, a través de su cámara: de posar para hacerse un selfie. Capturadas las imágenes, los ajetreados cazadores vuelven en tropel a la comitiva que desfila por las galerías. ¿Alguien tiene tiempo de pensar en la ambigua ironía de Leonardo, o en la sensualidad de Botticelli, o en el sereno dramatismo de Miguel Ángel? Es más: ¿alguien piensa que tiene que pensar en tales cosas?
Paradójicamente, nuestra célebre cultura de la imagen alberga una mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece proporcionalmente inverso a la captación del sentido. El experimento en los museos, aun con su componente paródico, ilustra bien la orientación presente del acto de mirar: un acto masivo, permanente, que atraviesa fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial, amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si este niega las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna manera, se identifican con los que requiere el acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de imágenes que se devoran entre sí. Al adicto a esta mirada, al ciego mirón, le ocurre lo que al pseudolector: tampoco está en condiciones de confrontarse con las imágenes creadas a lo largo de milenios, desde una pintura renacentista a una secuencia de Orson Welles: las mira pero no las ve.

Hace escasas semanas  que habéis tenido la oportunidad de admirar las obras que se citan en el artículo. ¿Estáis de acuerdo en que la mirada del visitante en un museo ha perdido calidad y capacidad para entender y disfrutar de la obra de arte? ¿Se ha convertido la visita al museo en un acto consumista y no en un placer de primer orden, en una experiencia que debería cambiarnos, darnos otro punto de vista, ofrecernos una mirada única por ella misma? Intenta dar una opinión razonada de la crítica que hace el autor a las actividades culturales, al visitante de los museos, al turista, al que mira sin ver.