...el hombre actual, reacio al valor de la palabra, confía su
conocimiento al poder de la imagen. Esto es indudable, pero, ¿cuál es la
calidad de su mirada? ¿Mira auténticamente? A este respecto, puede
hacerse un experimento interesante en los museos a los que se accede con
móviles y cámaras fotográficas, que son casi todos por la presión del
denominado turismo cultural.
Les propongo tres ejemplos de obras maestras sometidas al asedio de dicho turismo: La Gioconda en el Museo del Louvre, El nacimiento de Venus en los Uffizi y La Pietà
en la Basílica de San Pedro. No intenten acercarse a las obras con
detenimiento porque eso es imposible; apóstense, más bien, a un lado y
miren a los que tendrían que mirar. La conclusión es fácil: en su
mayoría no miran porque únicamente tienen tiempo de observar, unos
segundos, a través de su cámara: de posar para hacerse un selfie.
Capturadas las imágenes, los ajetreados cazadores vuelven en tropel a la
comitiva que desfila por las galerías. ¿Alguien tiene tiempo de pensar
en la ambigua ironía de Leonardo, o en la sensualidad de Botticelli, o
en el sereno dramatismo de Miguel Ángel? Es más: ¿alguien piensa que
tiene que pensar en tales cosas?
Paradójicamente, nuestra célebre cultura de la imagen alberga una
mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece
proporcionalmente inverso a la captación del sentido. El experimento en
los museos, aun con su componente paródico, ilustra bien la orientación
presente del acto de mirar: un acto masivo, permanente, que atraviesa
fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial,
amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si este niega
las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna
manera, se identifican con los que requiere el acto de leer:
complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente
a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de
imágenes que se devoran entre sí. Al adicto a esta mirada, al ciego
mirón, le ocurre lo que al pseudolector: tampoco está en condiciones de
confrontarse con las imágenes creadas a lo largo de milenios, desde una
pintura renacentista a una secuencia de Orson Welles: las mira pero no
las ve.
Hace escasas semanas que habéis tenido la oportunidad de admirar las obras que se citan en el artículo. ¿Estáis de acuerdo en que la mirada del visitante en un museo ha perdido calidad y capacidad para entender y disfrutar de la obra de arte? ¿Se ha convertido la visita al museo en un acto consumista y no en un placer de primer orden, en una experiencia que debería cambiarnos, darnos otro punto de vista, ofrecernos una mirada única por ella misma? Intenta dar una opinión razonada de la crítica que hace el autor a las actividades culturales, al visitante de los museos, al turista, al que mira sin ver.